martes, 3 de julio de 2007

El ojo arbitrario

. Me preguntan qué pienso de Marylin Monroe. Odio contar cosas de mí, pero , qué sé yo, me lo preguntaron. Dije lo que mejor se me ocurrió, pero no pude dejar de poner la mala suerte de M.M., post-morten, menos mal, con el poema generoso en obviedades de Ernesto Cardenal.

. En el prólogo que Gabriel García Márquez escribe para la edición de los cuentos de Hemingway (Sudamericana), hace maravillas con la prosa y con la inteligencia. Dice que Ernst no fue capaz de reconocer sus límites, que estaban en el cuento, donde el genio se acomodaba bien, y pasó con imperfección a la novela. Borges, otro que tal, sí supo cuáles eran los límites, y los respetó. Faulkner, torrencial, caliente, fue otra cosa, cuenta García Márquez, pero los dos resultaron maestros para él . William Faulkner en la escritura como arte. Hemingwy en la ciencia de escribir. Extraordinario.

.Horrible espectáculo el de los “técnicos” y jugadores de fútbol cuando revolean genitales, hacen cuernitos, mean un sector de la cancha y se ponen siempre la misma camisa y el mismo calzoncillo, en homenaje a las cábalas.
Admirables tantas veces en el juego, no dejan de ser patéticos perturbados mentales.


Mario.

eltoquemactas@gmail.com

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