sábado, 14 de abril de 2007

El ojo arbitrario

. Al leer el credo de Ballard- véanlo aquí-, pienso, solitario, en la necesidad de escritores artistas que pongan las letras y el pensamiento desde ardientes regiones que no son la racionalidad, ni la reflexión, ni la corrección. El camino del arte. Aunque, por cierta manera de andar el mundo, tengo amistad con la razón y el conocimiento, no ignoro que el arte, desde otro sitio de la extraña condición humana, hace falta y completa algo que no sabemos bien qué es. Pero Ballard, ojo, no es alucinación suelta y sin freno, sino arte con transfusión al pensamiento sobre este mundo. Éste: el de todos los días enhebrados en un presente infinito.

. “Soy como el rey de un país lluvioso”, empieza un poema de Baudelaire. Pregunto, y no se trata de melancolía: ¿somos ya un país lluvioso, de esos con playas a las que la gente va con paraguas? Pena, si fuera así: muchas cosas se han ido, diría María Elena Walsh, al cielo del olvido, pero sol, que yo sepa, había.

. Cada vez más gente se queda ante el televisor para ver programas de cocina. Los cocineros y cocineras mediáticos no paran de hablar mientras destripan pescados o baten furiosamente huevos, con el propósito de evitar el vacío, el bache. Lo cierto es que es interesante, y con gran hinchada. No es improbable que los ímpetus de las utopías revolucionarias de hace unas décadas, las hemorragias pavorosas, se hayan reciclado-palabra más o menos de moda- a las sartenes y los fuegos de las hornallas. Todo un sendero, poco luminoso: de la fantasía voluntarista del hombre nuevo, que debía conseguirse a los tiros, al besugo al horno con cebollitas, papas, algo de romero, chorro de oliva virgen, poca sal –el revolucionario ya es hipertenso-, gota de tabasco y no más de diez minutos de cocción a temperatura fuerte.

Mario.



eltoquemactas@gmail.com

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